Por Alejandro Romo
Hay algo fantástico en ver cómo el arte florece en las calles, en los barrios, en los rincones donde nadie lo esperaba. Pero más mágico aún es cuando ese arte se comparte, se difunde, se multiplica.
Porque un proyecto que se queda guardado en una libreta, o en el disco duro de una computadora, se marchita. La difusión es el oxígeno del arte. Sin ella, los colores se apagan, las canciones no encuentran oído y las letras se ahogan en los ojos del autor.
Y no, no hablo solo de publicar en redes —eso ayuda, claro—, pero va más allá. Me refiero a darle voz a lo que otros hacen. De mirar alrededor y decir: “esto vale la pena compartirlo”. En los medios, en la radio, en la tele, en una charla de café, por cualquiera de las maneras. Difundir es reconocer, es amplificar lo que muchas veces pasa desapercibido.
A mí me ha tocado ver cómo proyectos maravillosos se quedan sin eco simplemente porque no tuvieron espacio para ser vistos. Y eso duele. Porque detrás de cada mural, de cada exposición, de cada danza infantil, hay una historia, una esperanza, y muchas veces, un esfuerzo que no se ve. Es que, difundir el arte local no es un favor, es una manera de reciprocidad. Es decirle al artista: “Estoy contigo, te veo, te escucho, lo que haces me mueve, me interesa”.
Cuando le damos visibilidad a lo que pasa en nuestra comunidad, estamos diciendo: “esto también es parte de nuestra cultura, porque nos das identidad”. No todo tiene que venir de las grandes galerías ni de los nombres que siempre suenan. El arte local tiene una fuerza distinta, más de raíz. Es el reflejo de lo que somos sin adornos. A veces es ingenuo, a veces crudo, pero siempre auténtico.
Aquí me viene a la mente cuando, junto con Patricia Zapien organizamos “Emerge” toda una experiencia, donde a partir de ocupar los espacios públicos, se manifestó el talento de decenas de músicos y escritores, ese espacio permitió que la gente escuchara y conviviera con el ese gran talento, que apreciara ese tejido vivo, que es la comunidad artística local. Una experiencia fantástica.
Y ahí está el punto: el arte local no necesita permiso para existir, pero sí necesita ojos y oídos para seguir creciendo. Por eso es tan importante que existan espacios de difusión, plataformas, programas, medios, y personas dispuestas a abrir el micrófono o la cámara para contar lo que pasa en el barrio, en la colonia, en las escuelas, en los centros culturales donde cada día alguien está creando algo que vale la pena.
Cuando difundimos el arte de los demás, también nos transformamos un poco. Porque conocer otras miradas nos hace entender que la cultura no es un lujo, sino una necesidad. Que el arte no solo entretiene, también cura, provoca, cuestiona y une. Que detrás de cada pincelada, de cada canción, hay alguien que decidió no rendirse.
A veces creemos que la difusión es cosa de los grandes medios, pero no. Todos podemos hacerlo: compartiendo, hablando, recomendando, asistiendo. Cada pequeño gesto cuenta. Cada historia contada puede encender una chispa. Ese boca a boca puede impactar más de lo que uno se imagina.
Si algo he aprendido con el tiempo —ya sea frente a un micrófono, una cámara o en una charla con gente que crea—, es que la difusión también es una forma de creación. Porque contar las historias del arte local no es solo reproducir lo que otros hacen, sino interpretarlo, darle contexto, hacerlo vibrar en quien escucha.
Contar esas historias es mantener viva la memoria cultural. Es darle valor a quienes pintan, bailan, escriben, cantan, emprenden y sueñan desde aquí. Es reconocer que el talento no necesita pasaporte ni aval de academia para ser grande, pero lo que sí necesita es de todos nosotros para poder ayudar a que el talento local trascienda.
Así que sí, difundamos. Con ganas, con pasión, con esa mezcla de orgullo y curiosidad que nos hace mirar al otro y decir: “oye, qué genial lo que haces”. Porque a fin de cuentas, el arte local no solo nos representa… también nos recuerda que estamos vivos.
Y mientras haya alguien creando, mientras haya quien lo cuente, todavía hay esperanza.



